Juan Nadie y los héroes mediáticos: ¿Necesidad u oportunismo?


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Cuando el maestro Capra organizaba sus días de rodaje, apuesto 500 de los grandes a que sostenía en una mano las sagradas escrituras y en la otra, algún ejemplar del New York Morning Journal. Así, a modo de balanza se preguntaba si realmente tenía alguna validez llenar los periódicos de moralidad, o por el contrario, resignarse al sensacionalismo más amarillento de los años treinta.

Muchos tachan al director de ¡Qué bello es vivir! O Arsénico por compasión de ofrecer un Juan Nadie repleto de moralismos cristianos simples y tópicos, sin embargo, en mi opinión esta película es mucho más que eso.

La historia ya de por sí, es excelente, tanto por el argumento como por todo lo que se plantea en el ámbito que nos interesa. El magnate financiero y rey del petróleo, D.B. Norton (Edward Arnold), compra un periódico en Nueva York y despide a casi todo el personal. Una de las periodistas despedidas, Ann Mitchell(Barbara Stanwyck), decide escribir como último artículo una falsa carta en la que un desempleado llamado Juan Nadie, amenaza con tirarse desde el tejado del ayuntamiento el día de Navidad si los políticos no hacen nada por combatir la situación de desempleo. El artículo causa sensación y todo el mundo quiere conocer al presunto suicida. Ann da rostro a su personaje y entre numerosos aspirantes, presenta a un antiguo jugador de béisbol, “El Largo” John Willoughby(Gary Cooper), el cual reúne todos los requisitos del ideal hombre norteamericano, como si se tratase de Juan Nadie. Sus apariciones en la radio tienen tal impacto que el dueño del periódico decide emplear esa popularidad para sus manejos políticos. El final no lo desvelo, para que me aseguréis comentarios, no obstante, os adelanto que son valores navideños como la verdad, la humildad y la valentía los que se hacen cargo de darnos un Juan Nadie llenito de buenos modales.

Este entrañable Juan Nadie simboliza la ética y la moral del periodismo, demasiado ausente en diversos panoramas estilísticos, en cambio, los directores y empresarios del periódico nos dejan ver la otra cara de este mundo, en el que los beneficios son, sin duda, el primer objetivo. Si en Primera Plana se nos exigía sarcasmo y buen humor, en Juan Nadie, el principal requerimiento es llevar un manual de buenos quehaceres bajo el hombro.

Sin embargo, en este caso el tema principal es el público como masa, inventando héroes si se precisa, en una sociedad repleta de injusticias. Es conseguir de los medios lo que se pide, un ejemplo a seguir, una forma de propaganda cultural y social en la que se usan hombres y mujeres como monigotes disfrazados con las mejores estrategias publicistas. Frank Capra apuesta por una concepción de los lectores pasiva, acorde con las teorías comunicativas del momento, en la que no se tiende a la individualidad pensante, más bien, al “borreguismo” más básico.

Lo mediático de los medios sobrepasa en innumerables ocasiones lo informativo para convertirse en espectáculo, en un show más apropiado para las sesiones de circo, que para los telediarios. Es el caso de figuras como el presidente Obama, claro ejemplo de cómo una persona puede transformarse en un superhombre gracias a los impulsos de los medios de comunicación.

Hoy propongo debatir sobre este tipo de iconos sociales: ¿Son necesarios para afianzar los valores de una sociedad?¿los medios actúan como trasmisores de estos principios éticos?¿deben serlo?

Como ya hemos defendido a lo largo de nuestras entradas en el blog, los medios de comunicación son, ante todo, responsables de una carga social tan importante como es la información. Datos, hechos y personajes que deben ser lo que son, lo demás, ya es producto de una narrativa fantástica dañina, de la cual, sólo nos trae recuerdos de una larga y pesada tradición de fábulas, profecías y dogmas de fe. Mejor abrir bien los ojos, las preguntas siempre son pocas, las respuestas, insuficientes. Así sea.

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